Por Javier Diez Canseco
El último escándalo, que opaca al faenón de los petroaudios, es el del indulto “humanitario” y “desindulto” a José Enrique Crousillat. Al ex mandamás de América TV, testa de Televisa y asiduo cobrador en la sala del piso de Montesinos y Fujimori en el SIN, costó traerlo de Argentina. Extraditado, pese al apoyo político de Palito Ortega y el desgano del Estado, fue juzgado y condenado. Pasó su “prisión” en una lujosa clínica –con gimnasio, TV, Internet y teléfono–custodiado por un policía que –por centavos– lo sentía invisible.
Claro, esto no lo sabía el Presidente. Él se ocupa de cosas mayores. Cuando recibió del ministro de Justicia la solicitud de indulto de este anciano “gravemente enfermo”, le dolió el corazón y lo otorgó. Su ministro no era un cualquiera. Brazo derecho de su candidato presidencial 2011, Jorge del Castillo, asesor parlamentario del fujimorista Reátegui en el histórico Congreso de Fujimori, había gozado de un cómodo bufete legal con tío George de los que manejaba la saqueada Caja Militar Policial. ¿Angelito o perro pastor entrenado? Juzgue Ud.
El mismo día del indulto se denunciaron irregularidades (informes médicos que no establecían gravedad, fotos del indultado en pleno ejercicio, no pago de la reparación civil y S/.80 millones en deudas al Estado). Pero García mudo, por encima de la opinión de la gente. Ladró el Pastor y bendijo Rey: la decisión del Presidente “se acata y punto”. Pero el moribundo indultado, cual Lázaro ansioso, apareció en la playa de Asia y restaurantes de lujo. Más aún, se lanzó a “recuperar” canal 4 TV de quienes habían arreglado se les transfiera a cambio de asumir un pago progresivo de las deudas pendientes. Sólo entonces, al tocar intereses sensibles y generar reacciones de poderes reales (no la simple opinión pública), la cosa se complicó. García declaró haber sido engañado, cual uno de esos caídos del palto que, decía, no existen en política. Anunció a Crousillat y al país que haría evaluar los informes médicos y, de ser el caso, dejaría sin efecto el indulto. Luego, sin la evaluación –ya prófugo el indultado– degolló sin anestesia su perro pastor, anuló el indulto y asunto resuelto. ¿Arbitrario? No, normal.
Conmocionado el país, Ollanta Humala planteó unir fuerzas contra la corrupción. No le falta razón. Miremos varios postulantes a la presidencia, las regiones y municipios: podemos imaginarnos en medio de un mar de aguas servidas. Entonces, salió Lourdes Flores a ganarle la mano y personalizar la corrupción en otro visitante y amigo de Montesinos: Alex Kouri, comprometido además en el faenón de la vía al aeropuerto y su peaje. Pero su afán, más allá del electoral, es obviar un tema de fondo: la corrupción está en la captura del Estado y el gobierno por los grupos de poder fácticos.
Esa es la madre del cordero. Esencialmente los grandes grupos económicos y sus agentes políticos y burócratas, que hacen y deshacen a su antojo leyes y políticas para otorgarse privilegios tributarios, impunidad legal, abusar de usuarios, consumidores y trabajadores, entregar los recursos naturales a transnacionales a precio de huevo y sin preservar el medioambiente o consultar a los pueblos de esas localidades. Son aquellos quienes manejan este Estado, que ni representa a las mayorías nacionales y sus intereses, ni las incluye. Y, ciertamente, éstas no lo sienten suyo, porque no lo es.
La corrupción está en los intereses que sirve el Estado y la forma como es manejado: los intereses de los más poderosos, excluyendo a las mayorías nacionales o sometiéndolas a su servicio. Si eso no cambia, nada cambia. Un Frente Anticorrupción tiene que plantearse un Nuevo Estado, un Nuevo País, una Nueva Constitución que eche a los mercaderes del templo y lo devuelva a sus funciones centrales: servir a los peruanos y peruanas, a su progreso, su bienestar y sus libertades. Esa debe ser la diferencia entre Humala y Lourdes.
El mismo día del indulto se denunciaron irregularidades (informes médicos que no establecían gravedad, fotos del indultado en pleno ejercicio, no pago de la reparación civil y S/.80 millones en deudas al Estado). Pero García mudo, por encima de la opinión de la gente. Ladró el Pastor y bendijo Rey: la decisión del Presidente “se acata y punto”. Pero el moribundo indultado, cual Lázaro ansioso, apareció en la playa de Asia y restaurantes de lujo. Más aún, se lanzó a “recuperar” canal 4 TV de quienes habían arreglado se les transfiera a cambio de asumir un pago progresivo de las deudas pendientes. Sólo entonces, al tocar intereses sensibles y generar reacciones de poderes reales (no la simple opinión pública), la cosa se complicó. García declaró haber sido engañado, cual uno de esos caídos del palto que, decía, no existen en política. Anunció a Crousillat y al país que haría evaluar los informes médicos y, de ser el caso, dejaría sin efecto el indulto. Luego, sin la evaluación –ya prófugo el indultado– degolló sin anestesia su perro pastor, anuló el indulto y asunto resuelto. ¿Arbitrario? No, normal.
Conmocionado el país, Ollanta Humala planteó unir fuerzas contra la corrupción. No le falta razón. Miremos varios postulantes a la presidencia, las regiones y municipios: podemos imaginarnos en medio de un mar de aguas servidas. Entonces, salió Lourdes Flores a ganarle la mano y personalizar la corrupción en otro visitante y amigo de Montesinos: Alex Kouri, comprometido además en el faenón de la vía al aeropuerto y su peaje. Pero su afán, más allá del electoral, es obviar un tema de fondo: la corrupción está en la captura del Estado y el gobierno por los grupos de poder fácticos.
Esa es la madre del cordero. Esencialmente los grandes grupos económicos y sus agentes políticos y burócratas, que hacen y deshacen a su antojo leyes y políticas para otorgarse privilegios tributarios, impunidad legal, abusar de usuarios, consumidores y trabajadores, entregar los recursos naturales a transnacionales a precio de huevo y sin preservar el medioambiente o consultar a los pueblos de esas localidades. Son aquellos quienes manejan este Estado, que ni representa a las mayorías nacionales y sus intereses, ni las incluye. Y, ciertamente, éstas no lo sienten suyo, porque no lo es.
La corrupción está en los intereses que sirve el Estado y la forma como es manejado: los intereses de los más poderosos, excluyendo a las mayorías nacionales o sometiéndolas a su servicio. Si eso no cambia, nada cambia. Un Frente Anticorrupción tiene que plantearse un Nuevo Estado, un Nuevo País, una Nueva Constitución que eche a los mercaderes del templo y lo devuelva a sus funciones centrales: servir a los peruanos y peruanas, a su progreso, su bienestar y sus libertades. Esa debe ser la diferencia entre Humala y Lourdes.
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