Por Ignacio Ramonet
La prensa y los medios de
comunicación han sido, durante largos decenios, en el marco democrático,
un recurso de los ciudadanos contra el abuso
de los poderes. En efecto, los tres poderes tradicionales -legislativo,
ejecutivo y judicial- pueden fallar, confundirse y cometer errores. Mucho
más frecuentemente, por supuesto, en los Estados autoritarios
y dictatoriales, donde el poder político es el principal responsable
de todas las violaciones a los derechos humanos y de todas las censuras
contra las libertades.
Pero en los países democráticos también pueden cometerse
graves abusos, aunque las leyes sean votadas democráticamente,
los gobiernos surjan del sufragio universal y la justicia -en teoría-
sea independiente del ejecutivo. Puede ocurrir, por ejemplo, que ésta
condene a un inocente (¡cómo olvidar el caso Dreyfus en
Francia!); que el Parlamento vote leyes discriminatorias para ciertos
sectores de la población (como ha sucedido en Estados Unidos,
durante más de un siglo, respecto de los afro-estadounidenses,
y sucede actualmente respecto de los oriundos de países musulmanes,
en virtud de la “Patriot Act”); que los gobiernos implementen
políticas cuyas consecuencias resultarán funestas para
todo un sector de la sociedad (como sucede, en la actualidad, en numerosos
países europeos, respecto de los inmigrantes “indocumentados”).
En un contexto democrático semejante, los periodistas y los medios
de comunicación a menudo han considerado un deber prioritario
denunciar dichas violaciones a los derechos. A veces, lo han pagado muy
caro: atentados, “desapariciones”, asesinatos, como aún
ocurre en Colombia, Guatemala, Turquía, Pakistán, Filipinas,
y en otros lugares. Por esta razón durante mucho tiempo se ha
hablado del “cuarto poder”. Ese “cuarto poder” era,
en definitiva, gracias al sentido cívico de los medios de comunicación
y al coraje de valientes periodistas, aquel del que disponían
los ciudadanos para criticar, rechazar, enfrentar, democráticamente,
decisiones ilegales que pudieran ser inicuas, injustas, e incluso criminales
contra personas inocentes. Era, como se ha dicho a menudo, la voz de
los sin-voz.
Desde hace una quincena de años, a medida que se aceleraba la
mundialización liberal, este “cuarto poder” fue vaciándose
de sentido, perdiendo poco a poco su función esencial de contrapoder.
Esta evidencia se impone al estudiar de cerca el funcionamiento de la
globalización, al observar cómo llegó a su auge
un nuevo tipo de capitalismo, ya no simplemente industrial sino predominantemente
financiero, en suma, un capitalismo de la especulación. En esta
etapa de la mundialización, asistimos a un brutal enfrentamiento
entre el mercado y el Estado, el sector privado y los servicios públicos,
el individuo y la sociedad, lo íntimo y lo colectivo, el egoísmo
y la solidaridad.
El verdadero poder es actualmente detentado por un
conjunto de grupos económicos planetarios y de empresas globales cuyo peso en los
negocios del mundo resulta a veces más importante que el de los
gobiernos y los Estados. Ellos son los “nuevos amos del mundo” que
se reúnen cada año en Davos, en el marco del Foro Económico
Mundial, e inspiran las políticas de la gran Trinidad globalizadora:
Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial
del Comercio.
Es en este marco geoeconómico donde se ha producido una metamorfosis
decisiva en el campo de los medios de comunicación masiva, en
el corazón mismo de su textura industrial.
Los medios masivos de comunicación (emisoras de radio, prensa
escrita, canales de televisión, internet) tienden cada vez más
a agruparse en el seno de inmensas estructuras para conformar grupos
mediáticos con vocación mundial. Empresas gigantes como
News Corps, Viacom, AOL Time Warner, General Electric, Microsoft, Bertelsmann,
United Global Com, Disney, Telefónica, RTL Group, France Telecom,
etc., tienen ahora nuevas posibilidades de expansión debido a
los cambios tecnológicos. La “revolución digital” ha
derribado las fronteras que antes separaban las tres formas tradicionales
de la comunicación: sonido, escritura, imagen. Permitió el
surgimiento y el auge de internet, que representa una cuarta manera de
comunicar, una nueva forma de expresarse, de informarse, de distraerse.
Desde entonces, las empresas mediáticas se ven tentadas de conformar “grupos” para
reunir en su seno a todos los medios de comunicación tradicionales
(prensa, radio, televisión), pero además a todas las actividades
de lo que podríamos denominar los sectores de la cultura de masas,
de la comunicación y la información. Estas tres esferas
antes eran autónomas: por un lado, la cultura de masas con su
lógica comercial, sus creaciones populares, sus objetivos esencialmente
mercantiles; por el otro, la comunicación, en el sentido publicitario,
el marketing, la propaganda, la retórica de la persuasión;
y finalmente, la información con sus agencias de noticias, los
boletines de radio o televisión, la prensa, los canales de información
continua, en suma, el universo de todos los periodismos.
Estas tres esferas, antes tan diferentes, se imbricaron
poco a poco para constituir una sola y única esfera ciclópea en cuyo seno
resulta cada vez más difícil distinguir las actividades
concernientes a la cultura de masas, la comunicación o la información
(1). Por añadidura, estas empresas mediáticas gigantes,
estos productores en cadena de símbolos multiplican la difusión
de mensajes de todo tipo, donde se entremezclan televisión, dibujos
animados, cine, videojuegos, CD musicales, DVD, edición, ciudades
temáticas estilo Disneylandia, espectáculos deportivos,
etc.
En otras palabras, los grupos mediáticos poseen
de ahora en adelante dos nuevas características: primeramente, se ocupan de todo lo
concerniente a la escritura, de todo lo concerniente a la imagen, de
todo lo concerniente al sonido, y difunden esto mediante los canales
más diversos (prensa escrita, radio, televisión hertziana,
por cable o satelital, vía internet y a través de todo
tipo de redes digitales). Segunda característica: estos grupos
son mundiales, planetarios, globales, y no solamente nacionales o locales.
En 1940, en una célebre película, Orson Welles arremetía
contra el “superpoder” de Citizen Kane (en realidad, el magnate
de la prensa de comienzos del siglo XX, William Randolph Hearst). Sin
embargo, comparado con el de los grandes grupos mundiales de hoy, el
poder de Kane era insignificante. Propietario de algunos periódicos
en un solo país, Kane disponía de un poder ínfimo
(sin por ello carecer de eficacia a nivel local o nacional (2)) en comparación
con los archipoderes de los megagrupos mediáticos de nuestro tiempo.
Estas megaempresas contemporáneas, mediante
mecanismos de concentración, se apoderan de los sectores mediáticos
más diversos en numerosos países, en todos los continentes,
y se convierten de esta manera, por su peso económico y su importancia
ideológica, en los principales actores de la mundialización
liberal. Al haberse convertido la comunicación (extendida a la
informática, la electrónica y la telefonía) en la
industria pesada de nuestro tiempo, estos grandes grupos pretenden ampliar
su dimensión a través de incesantes adquisiciones y presionan
a los gobiernos para que anulen las leyes que limitan las concentraciones
o impiden la constitución de monopolios o duopolios (3).
La mundialización es también la mundialización
de los medios de
comunicación masiva, de la comunicación y de la información.
Preocupados sobre todo por la preservación de su gigantismo, que
los obliga a cortejar a los otros poderes, estos grandes grupos ya no
se proponen, como objetivo cívico, ser un “cuarto poder” ni
denunciar los abusos contra el derecho, ni corregir las disfunciones
de la democracia para pulir
y perfeccionar el sistema político. Tampoco desean ya erigirse
en “cuarto poder” y, menos aun, actuar como un contrapoder.
Si, llegado el caso, constituyeran un “cuarto poder”, éste
se sumaría a los demás poderes existentes -político
y económico- para aplastar a su turno, como poder suplementario,
como poder mediático, a los ciudadanos.
La cuestión cívica que se nos plantea
de ahora en adelante es la siguiente: ¿cómo reaccionar? ¿Cómo
defenderse? ¿Cómo resistir a la ofensiva de este nuevo
poder que, de alguna manera, ha traicionado a los ciudadanos y se ha
pasado con todos sus bártulos al enemigo?.
Es necesario, simplemente, crear un “quinto poder”. Un “quinto
poder” que nos permita oponer una fuerza cívica ciudadana
a la nueva coalición dominante. Un “quinto poder” cuya
función sería denunciar el superpoder de los medios de
comunicación, de los grandes grupos mediáticos, cómplices
y difusores de la globalización liberal. Esos medios de comunicación
que, en determinadas circunstancias, no sólo dejan de defender
a los ciudadanos, sino que a veces actúan en contra del pueblo
en su conjunto. Tal como lo comprobamos en Venezuela.
En este país latinoamericano donde la oposición política
fue derrotada en 1998 en elecciones libres, plurales y democráticas,
los principales grupos de prensa, radio y televisión han desatado
una verdadera guerra mediática contra la legitimidad del presidente
Hugo Chávez (4). Mientras que éste y su gobierno se mantienen
respetuosos al marco democrático, los medios de comunicación,
en manos de un puñado de privilegiados, continúan utilizando
toda la artillería de las manipulaciones, las mentiras y el lavado
de cerebro para tratar de intoxicar la mente de la gente (5). En esta
guerra ideológica, han abandonado por completo la función
de “cuarto poder”; pretenden desesperadamente defender los
privilegios de una casta y se oponen a toda reforma social y a toda distribución
un poco más justa de la inmensa riqueza nacional (ver artículo
de Maurice Lemoine, páginas 16-17).
El caso venezolano es paradigmático de la nueva situación
internacional en la cual grupos mediáticos enfurecidos asumen
abiertamente su nueva función de perros guardianes del orden económico
establecido, y su nuevo estatuto de poder antipopular y anticiudadano.
Estos grandes grupos no sólo se asumen como
poder mediático, constituyen sobre todo el brazo ideológico
de la mundialización, y su función es contener las reivindicaciones
populares que tratan de adueñarse del poder político (como
logró hacerlo, democráticamente, en Italia, Silvio Berlusconi,
dueño del principal grupo de comunicación trasalpino).
La “guerra sucia mediática” librada en Venezuela contra
el presidente Hugo Chávez es la réplica exacta de lo que
hizo, de 1970 a 1973, el periódico El Mercurio (6) en Chile contra
el gobierno democrático del presidente Salvador Allende, hasta
empujar a los militares al golpe de Estado. Campañas semejantes,
donde los medios de comunicación pretenden destruir la democracia,
podrían reproducirse mañana en Ecuador, Brasil o Argentina
contra toda reforma legal que intente modificar la jerarquía social
y la desigualdad de la riqueza. Al poder de la oligarquía tradicional
y al de los típicos reaccionarios, se suman actualmente los poderes
mediáticos. Juntos -¡y en nombre de la libertad de expresión!-
atacan los programas que defienden los intereses de la mayoría
de la población. Tal es la fachada mediática de la globalización.
Revela de la forma más clara, más evidente y más
caricaturesca la ideología de la mundialización liberal.
Medios de comunicación masiva y mundialización liberal
están íntimamente ligados. Por eso, es urgente desarrollar
una reflexión sobre la manera en que los ciudadanos pueden exigir
a los grandes medios de comunicación mayor ética, verdad,
respeto a una deontología que permita a los periodistas actuar
en función de su conciencia y no en función de los intereses
de los grupos, las empresas y los patrones que los emplean.
En la nueva guerra ideológica que impone la mundialización,
los medios de comunicación son utilizados como un arma de combate.
La información, debido a su explosión, su multiplicación,
su sobreabundancia, se encuentra literalmente contaminada, envenenada
por todo tipo de mentiras, por los rumores, las deformaciones, las distorsiones,
las manipulaciones.
Se produce en este campo lo ocurrido con la alimentación. Durante
mucho tiempo, el alimento fue escaso y aún lo es en numerosos
lugares del mundo. Pero cuando gracias a las revoluciones agrícolas
los campos comenzaron a producir en sobreabundancia, particularmente
en los países de Europa occidental o de América del Norte,
se observó que numerosos alimentos estaban contaminados, envenenados
por pesticidas, que provocaban enfermedades, causaban infecciones, generaban
cánceres y todo tipo de problemas de salud, llegando incluso a
producir pánico en las masas como el mal de la “vaca loca”.
En suma, antes uno podía morirse de hambre, ahora uno puede morirse
por haber comido alimentos contaminados...
Con la información, sucede lo mismo. Históricamente, ha
sido muy escasa. Incluso actualmente, en los países dictatoriales,
no existe información fiable, completa, de calidad. En cambio,
en los Estados democráticos, desborda por todas partes. Nos asfixia.
Empédocles decía que el mundo estaba constituido por la
combinación de cuatro elementos: aire, agua, tierra, fuego. La
información se ha vuelto tan abundante que constituye, de alguna
manera, el quinto elemento de nuestro mundo globalizado.
Pero al mismo tiempo, uno comprueba que, al igual que
el alimento, la información está contaminada. Nos envenena la mente, nos
contamina el cerebro, nos manipula, nos intoxica, intenta instilar en
nuestro inconsciente ideas que no son las nuestras. Por eso, es necesario
elaborar lo que podría denominarse una “ecología
de la información”. Con el fin de limpiar, separar la información
de la “marea negra” de las mentiras, cuya magnitud ha podido
medirse, una vez más, durante la reciente invasión a Irak
(7). Es necesario descontaminar la información. Así como
han podido obtenerse alimentos “bio”, a priori menos contaminados
que los demás, debería obtenerse una suerte de información “bio”.
Los ciudadanos deben movilizarse para exigir que los medios de comunicación
pertenecientes a los grandes grupos globales respeten la verdad, porque
sólo la búsqueda de la verdad constituye en definitiva
la legitimidad de la información.
Por eso, hemos propuesto la creación del Observatorio Internacional
de Medios de Comunicación (en inglés: Media Watch Global).
Para disponer finalmente de un arma cívica, pacífica, que
los ciudadanos podrán utilizar con el fin de oponerse al nuevo
superpoder de los grandes medios de comunicación masiva. Este
observatorio es una expresión del movimiento social planetario
reunido en Porto Alegre (Brasil). En plena ofensiva de la globalización
liberal, expresa la preocupación de todos los ciudadanos ante
la nueva arrogancia de las industrias gigantes de la comunicación.
Los grandes medios de comunicación privilegian sus intereses particulares
en detrimento del interés general y confunden su propia libertad
con la libertad de empresa, considerada la primera de las libertades.
Pero la libertad de empresa no puede, en ningún caso, prevalecer
sobre el derecho de los ciudadanos a una información rigurosa
y verificada ni servir de pretexto a la difusión consciente de
informaciones falsas o difamaciones.
La libertad de los medios de comunicación es sólo la extensión
de la libertad colectiva de expresión, fundamento de la democracia.
Como tal, no puede ser confiscada por un grupo de poderosos. Implica,
por añadidura, una “responsabilidad social” y, en
consecuencia, su ejercicio debe estar, en última instancia, bajo
el control responsable de la sociedad. Es esta convicción la que
nos ha llevado a proponer la creación del Observatorio Internacional
de Medios de Comunicación, Media Watch Global. Porque los medios
de comunicación son actualmente el único poder sin contrapoder,
y se genera así un desequilibrio perjudicial para la democracia.
La fuerza de esta asociación es ante todo moral: reprende basándose
en la ética y sanciona las faltas de honestidad mediática
a través de informes y estudios que elabora, publica y difunde.
El Observatorio Internacional de Medios de Comunicación constituye
un contrapeso indispensable para el exceso de poder de los grandes grupos
mediáticos que imponen, en materia de información, una
sola lógica -la del mercado- y una única ideología,
el pensamiento neoliberal. Esta asociación internacional desea
ejercer una responsabilidad colectiva, en nombre del interés superior
de la sociedad y del derecho de los ciudadanos a estar bien informados.
Al respecto, considera de una importancia primordial los desafíos
de la próxima Cumbre Mundial sobre la Información que tendrá lugar
en diciembre próximo, en Ginebra (8). Propone además prevenir
a la sociedad contra las manipulaciones mediáticas que, como epidemias,
se han multiplicado estos últimos años.
El Observatorio reúne tres tipos de miembros, que disponen de
idénticos derechos: 1) periodistas profesionales u ocasionales,
en actividad o jubilados, de todos los medios de comunicación,
centrales o alternativos; 2) universitarios e investigadores de todas
las disciplinas, y particularmente especialistas en medios de comunicación,
porque la Universidad, en el contexto actual, es uno de los pocos lugares
parcialmente protegidos contra las ambiciones totalitarias del mercado;
3) usuarios de los medios de comunicación, ciudadanos comunes
y personalidades reconocidas por su estatura moral...
Los sistemas actuales de regulación de los medios de comunicación
son en todas partes insatisfactorios. Al ser la información un
bien común, su calidad no podría estar garantizada por
organizaciones integradas
exclusivamente por periodistas, a menudo vinculados a intereses corporativos.
Los códigos deontológicos de cada empresa mediática
-cuando existen- se revelan a menudo poco aptos para sancionar y corregir
los desvíos, los ocultamientos y las censuras. Es indispensable
que la deontología y la ética de la información
sean definidas y defendidas por una instancia imparcial, creíble,
independiente y objetiva, en cuyo seno los universitarios tengan un papel
decisivo.
La función de los “ombudsmen” o mediadores, que fue útil
en los años 1980 y 1990, está actualmente mercantilizada,
desvalorizada y degradada. Es a menudo un instrumento de las empresas,
responde a imperativos de imagen y constituye una coartada barata para
reforzar artificialmente la credibilidad de los medios.
Uno de los derechos más preciados del ser humano es el de comunicar
libremente su pensamiento y sus opiniones. Ninguna ley debe restringir
arbitrariamente la libertad de expresión o de prensa. Pero las
empresas mediáticas no pueden ejercerla sino bajo la condición
de no infringir otros derechos tan sagrados como el de que todo ciudadano
pueda acceder a una información no contaminada. Al abrigo de la
libertad de expresión, las empresas mediáticas no deben
poder difundir informaciones falsas, ni realizar campañas de propaganda
ideológica, u otras manipulaciones.
El Observatorio Internacional de Medios de Comunicación considera
que la libertad absoluta de los medios de comunicación, reclamada
a viva voz por los dueños de los grandes grupos de comunicación
mundiales, no podría ejercerse a costa de la libertad de todos
los ciudadanos. Estos grandes grupos deben saber de ahora en adelante
que acaba de nacer un contrapoder, con la vocación de reunir a
todos aquellos que se reconocen en el movimiento social planetario y
que luchan contra la confiscación del derecho de expresión.
Periodistas, universitarios, militantes de asociaciones, lectores de
diarios, oyentes de radios, telespectadores, usuarios de internet, todos
se unen para forjar un arma colectiva de debate y de acción democrática.
Los globalizadores habían declarado que el siglo XXI sería
el de las empresas globales; la asociación Media Watch Global
afirma que será el siglo en el que la comunicación y la
información pertenecerán finalmente a todos los ciudadanos.
NOTAS:
(1) Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación, Madrid, Temas de Debate, 1998; y Propagandas silenciosas, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 2001.
(2) Véase, por ejemplo, en Italia, la superpotencia mediática del grupo Fininvest de Silvio Berlusconi, o en Francia, la de los grupos Lagardère o Dassault.
(3) Presionada por los grandes grupos mediáticos estadounidenses, la Federal Communications Commission (FCC) de Estados Unidos autorizó, el 4 de junio de 2003, la flexibilización de los límites a la concentración: una empresa podría controlar hasta el 45% de la audiencia nacional (contra el 35%, en la actualidad). La decisión debía entrar en vigor el 4 de septiembre último, pero debido a que algunos ven en ella “una grave amenaza para la democracia”, fue suspendida por la Corte Suprema.
(4) Ignacio Ramonet,“El crimen perfecto”, Le Monde diplomatique, edición española, junio de 2002.
(5) Maurice Lemoine, “Laboratorios de la mentira en Venezuela”, Le Monde diplomatique, edición española, agosto de 2002.
(6) Y muchos otros medios de comunicación, como La Tercera, Ultimas Noticias, La Segunda, Canal 13, etc. Véase Patricio Tupper, Allende, la cible des médias chiliens et de la CIA (1970-1973), Editions de l’Amandier, París, 2003.
(7) Ignacio Ramonet, “Mentiras de Estado”, Le Monde diplomatique, edición española, julio de 2003.
(8) Armand Mattelart, «La clave del nuevo orden internacional”, Le Monde diplomatique, edición española, agosto de 2003.
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